Fernando Barba, Docente de Diakonía |
Según José Luis Exeni, regular el periodismo es un riesgo; no regularlo, un peligro. Temerosos del riesgo, legisladores y periodistas optan por el peligro. Y deciden abstenerse. El resultado es la ausencia, o incumplimiento, de normas. Así, el periodismo se sujeta únicamente a sus principios. La mejor ley, la más atractiva, es la que no existe. La apuesta "segura" —se afirma, se convence— es la autorregulación. Pero ésta, cuando logra abrirse paso, resulta insuficiente.
Mientras tanto, aparecen señales y propuestas que, cansadas de soportar el peligro, desafían el riesgo. El argumento parece consistente: La información no es sólo ejercicio de libertades, sino también espacio de responsabilidades. Hay que equilibrar ambos (convicciones/efectos) mediante instrumentos de regulación. El resultado son proyectos de ley que, como fatalidad, reciben la condena y rechazo de los opositores. Temerosos, los proyectistas abandonan pronto su propósito y como la no decisión es también una decisión, la suma de la contienda es cero.
En ese contexto, como respuesta –o a veces como evasión–, la variante que se plantea frente a la regulación es la autorregulación. El razonamiento es simple y bastante contundente: la única crítica que soporta la prensa, la que no puede transformarse en sanción ni control (sobre todo desde los poderes del Estado), es la que se hace a sí misma. Cualquier intento de intervención externa a los Medios de difusión atentaría contra la necesidad-posibilidad de éstos de autocontrolarse. Así, frente a las leyes y reglamentos, los periodistas oponemos como alternativa —cuando lo hacemos— nuestros códigos de ética, estatutos de redacción, manuales de estilo, defensorías del lector, tribunales de honor, consejos de prensa. La autorregulación, que en esencia podría ser la opción inteligente en este campo, muchas veces termina siendo sólo una coartada, acaso una escapatoria. El propósito: evitar la regulación.
Resulta evidente, en todo caso, que la preocupación por: la regulación, como búsqueda de responsabilidad o intento de control y la autorregulación, como ejercicio autocrítico o justificativo para que nada cambie en el ejercicio periodístico, parten de un supuesto común ya añejo y bastante debatido: los Medios de difusión acumulan no sólo defectos, sino (y esto es lo esencial) producen efectos; es decir, tienen peso. Y la mejor forma de limitar un peso, lo enseña la lógica de los equilibrios que está en la base de la democracia, es oponerle un contrapeso.
En esa dinámica y bajo tales supuestos con los cuales se decide y actúa en relación al tema, lo único en que parece haber avance es en el ejercicio del desgaste. La reiterada contienda entre "nuevos intentos por vulnerar la libertad de expresión", desde el sistema político, y "movilizaciones y estados de alerta", en el sistema de medios de difusión masiva, no deja de ser un ejercicio democrático, pero infructuoso y aburrido. Es fundamental, pues, ubicar el problema en otra perspectiva de observación. El reto quizás radique en relativizar la discusión sobre los principios y valores de la información periodística y ocuparse de sus fines y consecuencias.
En la difícil sumatoria del riesgo de regular el periodismo y el peligro de no hacerlo, parece necesario concentrar nuestros esfuerzos analíticos y normativos no en la definición de si la libertad de prensa es más o menos importante que el derecho a la información, sino en identificar cuáles son las decisiones que permiten ejercer los principios periodísticos sin restricciones pero a la vez velando por la responsabilidad informativa. Es decir, el asunto no es si se opta por las libertades o por sus consecuencias, sino con base en qué acciones cotidianas se logra combinar-equilibrar ambas.
Según Raúl Trejo Delarbre, es fundamental replantear la base de análisis: ¿No será más inteligente salir de la estéril pugna en torno a las libertades intocables versus las tentaciones autoritarias y superar el desgastado dilema entre regulación versus autorregulación, para dirigir la mirada, más bien, al cotidiano equilibrio, en el oficio periodístico, entre la ética de los principios y la ética de las responsabilidades? Ya se sabe: "la ética no sustituye al derecho, pero permite que sea menos necesario acudir a él con frecuencia". El asunto, pues, ya no es cuestión de falsas seguridades, sino de plausibles resultados. En ese terreno, según es fama, las "Leyes Mordaza” –reales o imaginarias– carecen de sentido.
Por su parte el español Carlos Soria sostiene, que en los distorsionados debates sobre proyectos de leyes de Comunicación Social, lo que abundan son "reflejos en vez de reflexiones". Eso impide comprender que, en este tema, lo que está en cuestión no es el carácter intocable (pero no sacralizado) que deben tener las libertades de expresión y de opinión en sociedades democráticas. De lo que se trata, más bien, es de indagar sobre el carácter general y no absoluto de tales libertades. Es decir, responder a las preguntas que los periodistas nos negamos a escuchar y menos a formular: "¿Todo lo técnicamente informable es ética y jurídicamente informable? ¿Todo lo comunicables es comunicando?". Esto es: ¿Hay excepciones a la difundibilidad a través de los medios masivos? En síntesis, el asunto pareciera no tener que ver con los principios del derecho a la información, sino con sus límites. No aborda lo que el periodismo "debe" hacer, sino lo que "puede" hacer.
Por otra parte Soria también señala que, si tanto se insiste en la idea de la información como contrapoder, resulta urgente insistir en algunas incómodas interrogantes en relación a los mass media en nuestros países: "¿A quién representan los Medios, además de representarse a sí mismos?, ¿Quién ha elegido a los Medios democráticamente?, ¿Quién es el contrapoder del contrapoder?, ¿Quién controla a los controladores?". Esto nos lleva a indagar la cuestión relativa a la legitimidad de los Medios, así como respecto a las funciones que desempeñan en la sociedad moderna hipermediatizada. Por supuesto que en modo alguno significa abrir las ventanas para que, como ventarrón oportunista, se cuelen los siempre infaltables censores de la información. Ni tampoco implica negar la necesidad de ejercer, desde el periodismo, una crítica radical en todos los asuntos públicos, "pero con respeto (que no es lo mismo que reverencia) y conocimiento de las cosas (que no equivale a suposición de conocimiento)".
Según Exeni, otro tema central que generalmente se deja sin analizar como efecto de la unilateral propuesta de las "Leyes Mordaza" es la pertinencia o no, en los años noventa, de "integradas, explícitas y duraderas" políticas informativas. Al respecto, ya no cabe la controversia entre los impulsores de la planificación global (que anhelaban omniabarcantes Políticas Nacionales de Comunicación) frente a los impugnadores de cualquier forma de planificación (que ponían todas sus armas en la lógica de que "la mejor política es ninguna política"). Quizás el camino viable sea el diseño de políticas públicas para la comunicación pública sectorial y descentralizada. Y en materia de periodismo, independientemente de los contenidos de las legislaciones impulsadas desde los poderes del Estado, habrá que asumir sin devaneos la necesidad de sustituir, o al menos actualizar, las normas que, a estas alturas, resultan obsoletas y que constituyen el marco jurídico "vigente" en este campo.
En conclusión se puede decir que la actitud pasiva de los Medios de Comunicación en cuanto a la misión, responsabilidad y criterio con los cuales deben manejarse y que en teoría deberían adecuarse, especialmente la televisión, han pasado a tercer plano definitivamente. Lo peor del caso es que a estas alturas, no se avizoran vientos de cambio ya que se comprende cuáles son actualmente los intereses de los Medios, sencillamente lucrar en favor de unos cuantos dueños y administradores. Éstos a su vez no comprenden lo que verdaderamente significa hacer televisión de calidad.
Los criterios de los jefes de prensa, son el fiel reflejo de lo que se asevera, dado que por ellos pasan a fin de cuentas las notas a ser difundidas y por consiguiente las estructuras y contenidos de las noticias. No existe en lo más mínimo un interés por trabajar a nivel profesional; hay una carencia alarmante de criterio periodístico y de formación. Además que por lo visto no hay capacidad por hilvanar un estilo que no copie lo que el resto hace.
Bajo esa percepción es necesario un replanteamiento del rol de la televisión en nuestro medio. A mediados de noviembre de 2005, la Asociación Nacional de la Prensa ANP, realizó junto a la Escuela Superior de Comunicación Audiovisual DIAKONIA y Defensor del Pueblo, el primer Foro Internacional de Medios de Comunicación y Responsabilidad Social. El objetivo fue poner en tela de juicio el desempeño que actualmente tienen los Medios de Comunicación en su interrelación con la sociedad, además de promover este concepto en el ejercicio periodístico.
Es evidente que actividades como éstas deben llevarse a cabo con mayor frecuencia en el entendido que, si desarrolla una conciencia autocrítica en los periodistas, se logrará paulatinamente un cambio en la mentalidad y actitud de los Medios. De igual forma, es necesaria la participación activa de los representantes de los canales de televisión, para que de una vez por todas, comprendan la equivocada tarea que vienen realizando desde hace más de 10 años en sus espacios informativos.
Fernando Barba
Docente de la Escuela Superior de Comunicación Audiovisual Diakonía - UCB
0 comentarios:
Publicar un comentario